Retomamos el tema de la mesa y las patas para, después de ver que ésta se ha convertido en algo atípico más parecido a un pulpo y lleva camino de asemejarse más a una escalopendra, con esos dos apéndices o extremidades que sugeristeis en vuestros comentarios: la autoridad y los medios especializados, y terminar con una de las genuinas que citaba Esplá de la que, todavía, no se había hablado: el público. Recordando que lo que debatíamos era quién o quiénes eran los culpables de la manipulación del toro y, en consecuencia, de la actual situación en la que se desvirtúa la fiesta en su integridad, desde el momento en que se atenta contra quien debe ser por encima de todo su auténtico protagonista, es obvio que la autoridad que debería velar por el cumplimiento escrupuloso de la integridad de un espectáculo que se anuncia como tal, mira con frecuencia, sobre todo en las plazas de menor categoría, hacia otro lado y propicia el fraude consintiendo, bien por excesiva manga ancha y connivencia con los organizadores y protagonistas del montaje, bien porque a veces no cuenta con medios a su alcance para poder evitarlo o demostrarlo, que lo que se celebre tenga poco que ver con lo anunciado.
Los medios de comunicación especializados y la mayoría de los profesionales que ejercen en los mismos, o en las secciones taurinas de la información generalista, salvo algunas honrosas excepciones, carecen tal y como está montado el tinglado de la más mínima independencia o, si se me apura, dependen directamente en cuerpo y alma de los que manejan los hilos del negocio a los que obedecen ciegamente, jalean, inciensan, y sirven de voceros porque, evidentemente, a fin de mes hay que cobrar la nómina y con las cosas de comer, con el pan de los hijos, no es aconsejable jugar mucho. Tapan, descubren, adornan, exageran triunfos, intoxican, crean opinión, nunca desinteresadamente, porque su trabajo, realmente, no consiste en informar de lo que está ocurriendo sino de promocionar un espectáculo a la medida que quieren los que les pagan y los que los financian que, a su vez, son los mismos que organizan y son protagonistas de lo que, teóricamente, deberían juzgar y criticar. Desinforman, en una palabra, arriman el ascua a su sardina y, defendiendo su condumio cotidiano, propician la corruptela y dejan desamparada a una fiesta que, como cualquier espectáculo público, necesita de opiniones objetivas y lógicas discrepancias y no de un dirigismo que conduce, generalmente, a la senda única del triunfalismo.
En cuanto al público, habría que distinguir entre al auténtico aficionado y el que asiste a las plazas porque está de moda, le gusta participar en actos sociales, le apetece acudir a una corrida a divertirse, se deja seducir por la llamada e incitación de los medios para ver a las figuras del momento, o un largo etcétera de motivaciones que hacen que, en mayor o menor medida, los cosos taurinos sigan teniendo un cierto poder de convocatoria. No cabe duda que cuando se produce un fraude, una estafa, se está defraudando y estafando por igual a unos y a otros, pero sí es cierto que a unos les importa y se pillan el consiguiente cabreo, mientras que a otros les da exactamente igual, en el mejor de los casos, e incluso hay muchos que ni tan siquiera se enteran de que han sido objeto de un clamoroso timo.
Si estamos de acuerdo, por tanto, que los instigadores y autores materiales de la manipulación del toro de lidia son además de los protagonistas, organizadores y demás amos del cotarro, con la aquiescencia de la mayoría de los medios de comunicación, que la autoridad mira hacia otro lado y que la gente que acude a los tendidos, a excepción de un puñado de aficionados que protestan y claman al cielo, no va a hacer nada por tratar de buscar un equilibrio que se perdió hace tiempo, ¿qué se puede hacer?.Está claro que la solución no va a llegar por mediación de Plataformas que luego se venden a los taurinos y ponen en evidencia lo que, teóricamente, defienden organizando en su propio beneficio eventos fraudulentos y circenses como el del pasado mes de julio en Ávila. Tampoco va a venir de la mano de estériles e inoperantes Manifiestos que, por mucho que en su letra encierren verdades como puños, sólo han servido para movilizar a un puñado de aficionados cabales y bien intencionados para que sirviesen de comparsas a unos cuantos ególatras y que, de esa forma, algunos pudiesen tirarse el rentoy con una cierta legitimación, para después no hacer otra cosa que sumar adhesiones, viniesen de donde viniesen, admitiendo indiscriminadamente a verdaderos defensores de la fiesta íntegra, justa y auténtica y a los más genuinos representantes del taurineo, incluidas algunas plumas plumosillas de las que pierden el culo y los papeles cuando se tienen que referir a “sus toreros”. Parece insuficiente, así mismo, que a través de pubicaciones, portales y blogs independientes, por otra parte bombardeados por acólitos del taurineo que, incluso, crean sus propias bitácoras, se pueda llegar a educar a un público proclive a dejarse engañar por el oropel mediático y triunfalista afín a los defraudadores y mucho menos a que se hagan cargo del estado actual de la fiesta. ¿Qué nos queda?; pues probablemente “la heroica” que algunos hemos apuntado en diversas ocasiones, el amotinamiento y el volver, como ya ha sucedido muchas veces y de ello no hace tanto tiempo, a organizar unos cuantos pifostios con alteración del orden público, incluido, para que a todos los niveles se tome conciencia que algo debe cambiar. El seguir con las palabras como única arma será todo lo civilizado que queramos, pero al final no dejará de ser continuar predicando en el desierto cuyo resultado final, ya sabe, suele ser siempre el mismo: sermón perdido.
Los medios de comunicación especializados y la mayoría de los profesionales que ejercen en los mismos, o en las secciones taurinas de la información generalista, salvo algunas honrosas excepciones, carecen tal y como está montado el tinglado de la más mínima independencia o, si se me apura, dependen directamente en cuerpo y alma de los que manejan los hilos del negocio a los que obedecen ciegamente, jalean, inciensan, y sirven de voceros porque, evidentemente, a fin de mes hay que cobrar la nómina y con las cosas de comer, con el pan de los hijos, no es aconsejable jugar mucho. Tapan, descubren, adornan, exageran triunfos, intoxican, crean opinión, nunca desinteresadamente, porque su trabajo, realmente, no consiste en informar de lo que está ocurriendo sino de promocionar un espectáculo a la medida que quieren los que les pagan y los que los financian que, a su vez, son los mismos que organizan y son protagonistas de lo que, teóricamente, deberían juzgar y criticar. Desinforman, en una palabra, arriman el ascua a su sardina y, defendiendo su condumio cotidiano, propician la corruptela y dejan desamparada a una fiesta que, como cualquier espectáculo público, necesita de opiniones objetivas y lógicas discrepancias y no de un dirigismo que conduce, generalmente, a la senda única del triunfalismo.
En cuanto al público, habría que distinguir entre al auténtico aficionado y el que asiste a las plazas porque está de moda, le gusta participar en actos sociales, le apetece acudir a una corrida a divertirse, se deja seducir por la llamada e incitación de los medios para ver a las figuras del momento, o un largo etcétera de motivaciones que hacen que, en mayor o menor medida, los cosos taurinos sigan teniendo un cierto poder de convocatoria. No cabe duda que cuando se produce un fraude, una estafa, se está defraudando y estafando por igual a unos y a otros, pero sí es cierto que a unos les importa y se pillan el consiguiente cabreo, mientras que a otros les da exactamente igual, en el mejor de los casos, e incluso hay muchos que ni tan siquiera se enteran de que han sido objeto de un clamoroso timo.
Si estamos de acuerdo, por tanto, que los instigadores y autores materiales de la manipulación del toro de lidia son además de los protagonistas, organizadores y demás amos del cotarro, con la aquiescencia de la mayoría de los medios de comunicación, que la autoridad mira hacia otro lado y que la gente que acude a los tendidos, a excepción de un puñado de aficionados que protestan y claman al cielo, no va a hacer nada por tratar de buscar un equilibrio que se perdió hace tiempo, ¿qué se puede hacer?.Está claro que la solución no va a llegar por mediación de Plataformas que luego se venden a los taurinos y ponen en evidencia lo que, teóricamente, defienden organizando en su propio beneficio eventos fraudulentos y circenses como el del pasado mes de julio en Ávila. Tampoco va a venir de la mano de estériles e inoperantes Manifiestos que, por mucho que en su letra encierren verdades como puños, sólo han servido para movilizar a un puñado de aficionados cabales y bien intencionados para que sirviesen de comparsas a unos cuantos ególatras y que, de esa forma, algunos pudiesen tirarse el rentoy con una cierta legitimación, para después no hacer otra cosa que sumar adhesiones, viniesen de donde viniesen, admitiendo indiscriminadamente a verdaderos defensores de la fiesta íntegra, justa y auténtica y a los más genuinos representantes del taurineo, incluidas algunas plumas plumosillas de las que pierden el culo y los papeles cuando se tienen que referir a “sus toreros”. Parece insuficiente, así mismo, que a través de pubicaciones, portales y blogs independientes, por otra parte bombardeados por acólitos del taurineo que, incluso, crean sus propias bitácoras, se pueda llegar a educar a un público proclive a dejarse engañar por el oropel mediático y triunfalista afín a los defraudadores y mucho menos a que se hagan cargo del estado actual de la fiesta. ¿Qué nos queda?; pues probablemente “la heroica” que algunos hemos apuntado en diversas ocasiones, el amotinamiento y el volver, como ya ha sucedido muchas veces y de ello no hace tanto tiempo, a organizar unos cuantos pifostios con alteración del orden público, incluido, para que a todos los niveles se tome conciencia que algo debe cambiar. El seguir con las palabras como única arma será todo lo civilizado que queramos, pero al final no dejará de ser continuar predicando en el desierto cuyo resultado final, ya sabe, suele ser siempre el mismo: sermón perdido.
1 comentario:
La solucion pasa por no tirar la toalla y seguir luchando, aunque la mayoria de las veces parezca que se predica en el desierto, pero como nos rindamos entonces si que vamos a dejar todo en manos del taurineo y yo por lo menos me niego a ello, aunque me cueste mas disgustos que alegrias.
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