A tres días de la celebración de la corrida de toros, que dentro del XIV homenaje al gran pintor Ignacio Zuloaga, se va a celebrar el próximo domingo día 11 a las 6 de la tarde en la localidad guipuzcoana de Eíbar, parece que las noticias que llegan en torno a la misma son bastante halagüeñas en lo que respecta a cómo va la venta de entradas hasta la fecha. Ojalá que esos pronósticos se confirmen y a la hora en que hagan el paseíllo Pablo Hermoso de Mendoza, Luis Francisco Esplá e Iván Fandiño para vérselas con seis toros de Guardiola Domínguez, hoy propiedad de Fidel San Román, el ya centenario coso eibartarra presente una entrada que suponga un lleno hasta la bandera, o al menos lo roce.
Nada nos alegraría más. En primer lugar porque sabemos los esfuerzos que ha realizado La Comisón Taurina de Eíbar para organizar este festejo. Y en segundo porque la apuesta ha sido ambiciosa y no exenta del siempre encomiable compromiso de que en la villa armera se dé este año una corrida de toros con mayúsculas. Y cuando decimos con mayúsculas lo hacemos porque, independientemente de otra serie de matices, los astados que van a hollar el albero van a ser en esta ocasión toros de verdad. Por su integridad y por su encaste (Villamarta), no van a ser los borregos al uso, los torillos artistas con alma de carretón, las tontas del bote a los que, desgraciadamente, se tiene que enfrentar el público y sufrir una tarde sí y otra también cada vez que se da cita en una plaza de toros. Sabemos que, al margen del juego que puedan llegar a dar, al menos la emoción estará garantizada porque lo que se van a lidiar son unos animales que van a exigir a quien se ponga delante el carné de torero y a los que habrá que hacer las cosas bien porque con ellos no valen las faenas estereotipadas, traídas en la cabeza desde la habitación del hotel, y que al menor descuido pueden poner a quien tengan enfrente en un serio apuro. La emoción que conlleva el riesgo, para entendernos, que cada vez es más rara avis en la moderna tauromaquia. Ahora lo que hace falta es que la afición responda y que, tal y como se ha propuesto la Comisión, en un futuro Eíbar se convierta en un reducto del Norte donde el ganado bravo se erija en el protagonista de la fiesta, una fiesta en la que, no nos cansaremos de decirlo, nada tiene importancia si no hay toro.
Nada nos alegraría más. En primer lugar porque sabemos los esfuerzos que ha realizado La Comisón Taurina de Eíbar para organizar este festejo. Y en segundo porque la apuesta ha sido ambiciosa y no exenta del siempre encomiable compromiso de que en la villa armera se dé este año una corrida de toros con mayúsculas. Y cuando decimos con mayúsculas lo hacemos porque, independientemente de otra serie de matices, los astados que van a hollar el albero van a ser en esta ocasión toros de verdad. Por su integridad y por su encaste (Villamarta), no van a ser los borregos al uso, los torillos artistas con alma de carretón, las tontas del bote a los que, desgraciadamente, se tiene que enfrentar el público y sufrir una tarde sí y otra también cada vez que se da cita en una plaza de toros. Sabemos que, al margen del juego que puedan llegar a dar, al menos la emoción estará garantizada porque lo que se van a lidiar son unos animales que van a exigir a quien se ponga delante el carné de torero y a los que habrá que hacer las cosas bien porque con ellos no valen las faenas estereotipadas, traídas en la cabeza desde la habitación del hotel, y que al menor descuido pueden poner a quien tengan enfrente en un serio apuro. La emoción que conlleva el riesgo, para entendernos, que cada vez es más rara avis en la moderna tauromaquia. Ahora lo que hace falta es que la afición responda y que, tal y como se ha propuesto la Comisión, en un futuro Eíbar se convierta en un reducto del Norte donde el ganado bravo se erija en el protagonista de la fiesta, una fiesta en la que, no nos cansaremos de decirlo, nada tiene importancia si no hay toro.
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