Debo aclarar que no vi, como la mayoría de los aficionados, la corrida del pasado día 5 en Las Ventas. No estuve entre los 23.000 espectadores que tuvieron el privilegio de poder ocupar una localidad en La Monumental, algunos pagando precios astronómicos, en un festejo que ya de por sí tenía de antemano una serie de connotaciones que sobrepasaban los límites meramente taurinos. Cierto, también, que es muy difícil el poder hacerte una idea exacta de lo que ha acontecido en una plaza de toros si no has estado allí. Existe un componente, llamémosle emocional, que muchas veces es decisivo a la hora de valorar lo ocurrido y que puede llegar a condicionar el juicio, sobre todo en lo referente al capítulo de sensaciones que, al final, el aficionado se hace por lo que ha llegado a ver, o ha creído que ha visto, en una corrida de toros. A mí, lo mismo que a mucha más gente, me ha ocurrido que después de ver un festejo en directo al volver a verlo por televisión me ha sorprendido y me ha hecho pensar que no era lo mismo que lo que presencié en vivo.
Aclarado este punto, sin embargo, sí que por lo que he visto a través de los vídeos (gracias, Rosa Jiménez Cano) y sobre todo por lo que he podido leer y comentar telefónicamente con algunos aficionados que estuvieron presentes en la corrida, me he podido hacer una idea bastante aproximada de lo ocurrido en la plaza venteña. Y, quizá, lo que mejor resume esa idea son dos títulos de sendas crónicas que, además de resultarme totalmente fiables, reflejan bastante fielmente las impresiones que he podido sacar al visionar las imágenes colgadas en la red. Me refiero a la crónica de Jandro, en Toro, torero y afición, titulada Hooligans, y a la que colgó Joaquín Monfil en el foro de Taurofilia y que tituló Histeria colectiva en Las Ventas. Tal vez porque una cosa lleve a la otra, los citados títulos, posiblemente, guardan la clave de lo que sucedió el pasado jueves en Madrid. Y es que por lo visto en los vídeos, aún reconociendo que los dos toros que lidió Tomás han sido con toda probabilidad los más serios con los que se ha encontrado tras su reaparición y que a lo largo de sus dos faenas pudo haber algún pasaje en el que la actuación del torero de Galapagar recordó a aquel que entre 1996 y 1999 entusiasmó a muchos aficionados y le hizo concebir esperanzas, su labor analizada en conjunto no fue como para que los que se dieron cita en las gradas enloquecieran de la forma en que lo hicieron, ni para cortar cuatro orejas en lo que se considera la primera plaza del mundo.
Se le había reprochado, y con razón, a José Tomás que desde su vuelta había toreado, en plazas relativamente cómodas y poco exigentes, nada más que carretones desmochados y que, por tanto, nada de lo que había realizado podía tener importancia. Una vez que, tras toda clase de dimes y diretes, se confirmó su presencia en Madrid - éso sí, fuera de San Isidro- quedaba pendiente el verle con toros, al menos en teoría, de mayor entidad. Pero es que ésto, como mucho, se ha cumplido a medias, porque si bien como digo más arriba pese a que el trapío de los astados de Victoriano del Río no asustaba a nadie, pero sí debe de juzgarse como justo, en cambio no dejaron de ser esos carretones que vienen y van, tontas del bote, bichos genéticamente seleccionados para dejarse pegar quinientos mil pases siempre y cuando, claro, no se les castigue demasiado en el tercio de varas, algo que en esta ocasión no sucedió, como suele ser cotidiano y habitual, para mayor gloria y lucimiento del artista. El haber ido a esa corrida con unos animales por debajo de esa presentación si que hubiera sido un suicidio en toda regla. Suicidio taurino, claro, porque de los otros por mucho que se empeñen algunos no se suelen producir, actúe quien actúe, en los plazas de toros.
Y a pesar de esos mimbres y de algunos detalles que, insisto, hicieron recordar a aquel José Tomás de sus principios, hubo enganchones, lances carentes de pulcritud, bastantes trapazos sucios, falta de mando, cites fuera de cacho, demasiado envaramiento, exceso de verticalidad, mucho toreo paralelo (o para lelos, que viene a ser lo mismo), lo que visto fríamente, y fuera de las sensaciones que pueden crear el vivo y el directo, me hacen pensar que, efectivamente, fue el ambiente creado con mucha antelación, el excesivo marketing, toda la parafernalia mediática, lo que de forma definitiva vino a hacer que se crease una determinada ilusión que vino a condicionar de forma sustancial el desarrollo y el resultado final de la corrida. No es la primera vez que ocurre, ni será la última. Cuando hay gente que es capaz de pagar lo que gana un obrero de salario mensual por ver a su torero, quiere decir que las pasiones pueden llegar a desatarse hasta límites insospechados y a nadie le debe extrañar demasiado que sucedan estas cosas y que la Casquería Mari Puri estuviese presta a abrir sus puertas de nuevo apostando de lleno a que no iba a haber ningún problema para agotar el producto ofertado.
Aclarado este punto, sin embargo, sí que por lo que he visto a través de los vídeos (gracias, Rosa Jiménez Cano) y sobre todo por lo que he podido leer y comentar telefónicamente con algunos aficionados que estuvieron presentes en la corrida, me he podido hacer una idea bastante aproximada de lo ocurrido en la plaza venteña. Y, quizá, lo que mejor resume esa idea son dos títulos de sendas crónicas que, además de resultarme totalmente fiables, reflejan bastante fielmente las impresiones que he podido sacar al visionar las imágenes colgadas en la red. Me refiero a la crónica de Jandro, en Toro, torero y afición, titulada Hooligans, y a la que colgó Joaquín Monfil en el foro de Taurofilia y que tituló Histeria colectiva en Las Ventas. Tal vez porque una cosa lleve a la otra, los citados títulos, posiblemente, guardan la clave de lo que sucedió el pasado jueves en Madrid. Y es que por lo visto en los vídeos, aún reconociendo que los dos toros que lidió Tomás han sido con toda probabilidad los más serios con los que se ha encontrado tras su reaparición y que a lo largo de sus dos faenas pudo haber algún pasaje en el que la actuación del torero de Galapagar recordó a aquel que entre 1996 y 1999 entusiasmó a muchos aficionados y le hizo concebir esperanzas, su labor analizada en conjunto no fue como para que los que se dieron cita en las gradas enloquecieran de la forma en que lo hicieron, ni para cortar cuatro orejas en lo que se considera la primera plaza del mundo.
Se le había reprochado, y con razón, a José Tomás que desde su vuelta había toreado, en plazas relativamente cómodas y poco exigentes, nada más que carretones desmochados y que, por tanto, nada de lo que había realizado podía tener importancia. Una vez que, tras toda clase de dimes y diretes, se confirmó su presencia en Madrid - éso sí, fuera de San Isidro- quedaba pendiente el verle con toros, al menos en teoría, de mayor entidad. Pero es que ésto, como mucho, se ha cumplido a medias, porque si bien como digo más arriba pese a que el trapío de los astados de Victoriano del Río no asustaba a nadie, pero sí debe de juzgarse como justo, en cambio no dejaron de ser esos carretones que vienen y van, tontas del bote, bichos genéticamente seleccionados para dejarse pegar quinientos mil pases siempre y cuando, claro, no se les castigue demasiado en el tercio de varas, algo que en esta ocasión no sucedió, como suele ser cotidiano y habitual, para mayor gloria y lucimiento del artista. El haber ido a esa corrida con unos animales por debajo de esa presentación si que hubiera sido un suicidio en toda regla. Suicidio taurino, claro, porque de los otros por mucho que se empeñen algunos no se suelen producir, actúe quien actúe, en los plazas de toros.
Y a pesar de esos mimbres y de algunos detalles que, insisto, hicieron recordar a aquel José Tomás de sus principios, hubo enganchones, lances carentes de pulcritud, bastantes trapazos sucios, falta de mando, cites fuera de cacho, demasiado envaramiento, exceso de verticalidad, mucho toreo paralelo (o para lelos, que viene a ser lo mismo), lo que visto fríamente, y fuera de las sensaciones que pueden crear el vivo y el directo, me hacen pensar que, efectivamente, fue el ambiente creado con mucha antelación, el excesivo marketing, toda la parafernalia mediática, lo que de forma definitiva vino a hacer que se crease una determinada ilusión que vino a condicionar de forma sustancial el desarrollo y el resultado final de la corrida. No es la primera vez que ocurre, ni será la última. Cuando hay gente que es capaz de pagar lo que gana un obrero de salario mensual por ver a su torero, quiere decir que las pasiones pueden llegar a desatarse hasta límites insospechados y a nadie le debe extrañar demasiado que sucedan estas cosas y que la Casquería Mari Puri estuviese presta a abrir sus puertas de nuevo apostando de lleno a que no iba a haber ningún problema para agotar el producto ofertado.
2 comentarios:
Mira que no pensaba decir ni mú de esta corrida, y no pienso decirlo porque querido Beti lo has SEMBRAO.
Muchas gracias, Vicente. Tú que me lees con buenos ojos.
Un abrazo.
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