Hay que ver lo que son las cosas. Andaba yo pergeñando cómo iba a ser el preámbulo de mi próximo artículo cuando me he encontrado, en su blog Cornadas para todos, con una entrada del periodista valenciano Andrés Verdaguer contándonos lo que vio el pasado domingo en La Monumental barcelonesa. De sus impresiones en la pantomima que tuvo lugar en el coso situado entre las calles Marina y Gran Vía de la capital catalana extraigo el siguiente párrafo:
“El espectáculo del quinto fue lamentable. Parado el toro, José Tomás surcaba la arena. Hacía caminitos, estelas dirían los repipis, mientras el novillo, perdía la vista por la espalda del torero. Sabe dios qué miraba, pensaba a lo mejor: "esto no es para mí". Y así más de diez minutos: atravesado el toro al final acababa por pasar por donde parecía imposible. Ya digo: José Tomás, ensimismado en sí mismo o en plan coñazo, según se quiera, pasito a pasito le hubiera podido dar la vuelta al animal tantas veces como hubiese querido, y éste seguir mirando las musarañas. Fijo.”
Y lo hago porque viene a colación con lo que, nuestro ya viejo conocido, Guillermo Sureda nos expone en Tauromagias en lo que él llama “el paseito entre serie y serie”, tema en el que pensaba centrar, ¡qué casualidad! mi próxima reflexión. Veamos lo que dice:
“De modo que el paseito es posible, porque el público lo admite y aún lo ovaciona y lo jalea. Pero todo tiene su razón de ser: ¿cuáles son las razones por las que se dan esos censurables paseitos?. A mi falible juicio son tres: primera, porque casi todos los toreros se ahogan ante la cara del toro y, por tanto, necesitan alejarse de ella para tomar aire; segunda, porque se suele torear de un modo mecánico, con una enorme carencia de sentimiento y tercera, porque con ese paseito se pide la ovación que no se ha podido –ni sabido, claro está- arrancar toreando. De modo que bajo esos tres puntos de vista, el paseito viene a ser algo así como una impostura...”
Yo, añadiría una cuarta, aunque ésta se produce, quizá, como consecuencia de cualquiera de las dos primeras: cuando no se ha sido capaz de someter y mandar al bicho que se tiene delante, por mucho que este sea un perritoro incorne, cuando sistemáticamente se le da medio pase y se escupe su viaje para afuera, por mucho que aparantemente parece que se ligue, al final de la serie el torero ha de quedar a la fuerza descolocado, independientemente de cómo se lo saque de encima y de la forma que la remate. Fuera de cacho, con lo que u opta por iniciar de esa forma, evidentemente censurable, la siguiente tanda, o necesariamente tiene que rectificar terrenos y distancias de forma ostensible de manera que, así mismo, quedaría desairado. En cualquier caso nada nuevo, ya lo denunciaba don Guillermo antes de finalizar 1977 aunque , posiblemente, nunca llegó a suponer que esta impostura iba a ser llevada por nadie a los límites de provocar en sus adoradores sensaciones de estar contemplando lentas y majestuosas andaduras místicas, viajes cuasi etéreos y levitantes, o garbeos próximos al éxtasis de mirada perdida en el infinito horizonte, como algunos afirman que son esos tiempos muertos que acostumbra a tomarse El Mesías de Galapagar. Pero, ¿qué importa todo ésto?, si en el fondo da lo mismo y lo mismo da que le sonasen dos avisos en su primer choto y uno en su segundo, o que El Juli -¿cuánto tiempo va a pasar hasta que Tomás decida vetarlo y no quiera verlo ni en pintura en sus carteles?- le volviese a ganar la batalla, como lo hizo en la corrida circo que montó la supuesta Plataforma para la Defensa de la Fiesta en Ávila, cuando el verdadero fraude está en el ganado que se lidia y, ocurra lo que ocurra, en el ruedo nada tiene importancia si no hay toro.
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Publicado en El Chofre ayer 22 de abril de 2008
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1 comentario:
Excelente comentario, Miguel. Además me agrada profundamente verte de nuevo en El Chofre, después de una pausa. Mientras más difusión se dé al pensamiento de los aficionados, más podremos intentar evitar que los ignorantes y los deshonestos se carguen lo poco que queda de la fiesta.
Enhorabuena.
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