Vía Alicia Valdeavero, Alma, tengo conocimiento del bochornoso espectáculo que se ha vuelto a vivir ayer por la noche en la plaza de toros de Las Ventas. Y no me refiero en este caso a lo acontecido en su albero, sino unos metros más arriba, en el tendido; algo que no es la primera vez que ocurre y que , de alguna manera, viene a ser tan grave como los atentados a la integridad del toro, los fraudes sean del tipo que sean, o cualquier otra tropelía a la que nos tienen acostumbrados los taurinos. Si el exigir que, en este caso en una novillada, salgan al ruedo novillos íntegros y en condiciones y que los novilleros que se enfrenten a ellos cumplan, así mismo, unos requisitos mínimos de preparación, profesionalidad y competencia puede ser motivo para que, contra quien lo hace, actúe la fuerza pública, no sólo nos estamos encontrando ante un auténtico y verdadero atropello, sino que nos enfrentamos a un hecho aberrante que niega una de las esencias más importantes, y por tanto defendibles, que han caracterizado desde siempre a la fiesta de los toros. Un espectáculo genuino del pueblo y que, en tiempos del más feroz absolutismo o las más brutales dictaduras, ha mantenido siempre su carácter democrático no puede, ya en el siglo XXI, ceder ese terreno ganado a lo largo de cientos de años y, por obra y gracia de los intereses de quienes manejan el cotarro, dejar de ser lo que siempre ha sido: un foro heterogéneo en donde todo el que ha pagado el precio de su localidad pueda manifestar libremente su opinión, expresar sus emociones y mostrarse, según su criterio, conforme o disconforme con lo que está viendo.
A finales de los setenta y principios de los ochenta fuimos testigos de algunos desmanes en ese sentido que, con la consolidación de la democracia, pareció que pasaban a formar parte de un baúl de los recuerdos en el que quedaban encerrados junto a otros episodios, no muy edificantes, que se habían producido a lo largo del franquismo en el mundo de los toros. Un rebrote muy a finales de los noventa con algunos incidentes deleznables que, casualidad, siempre ocurrían cuando en el palco se sentaban ciertos presidentes de infausto recuerdo se zanjó de raíz, e incluso, propició el cese de alguno de ellos. Preocupa, y mucho, ver como estos hechos, que ni aunque fuesen aislados serían tolerables, van proliferando y haciéndose normales sin que nadie proteste. Porque lo alarmante, y a la vez lamentable, es que si leemos los medios oficiales y afectos al régimen del taurinismo militante en ninguno de ellos se hace la más mínima alusión al incidente que nos ha narrado Alicia y que, seguramente, ampliará en su blog Toros y Arte con todo lujo de detalles. La autoridad, que tiene perfectamente establecidas sus funciones en una corrida de toros, no puede permitir que las fuerzas del orden que actúan bajo su mando lo hagan, con o sin su consentimiento, para reprimir a quien expresa con todo su derecho sus opiniones sobre lo que acontece a lo largo de la lidia. Debemos protestar, naturalmente, contra todo aquello que consideremos que atenta contra la pureza y la integridad de la fiesta porque, evidentemente, el fraude, la trampa y todo lo que se salga de unas normas y unos cánones, establecidos hace ya mucho tiempo, violan su verdadera esencia, pero no olvidemos que parte de esa esencia, que no queremos que jamás se pierda, también se encuentra en esa libertad y en esa democracia del pueblo y para el pueblo que siempre ha imperado en los tendidos y que, como otras tantas cosas, pueden comenzar a tratar de arrebatarnos.
A finales de los setenta y principios de los ochenta fuimos testigos de algunos desmanes en ese sentido que, con la consolidación de la democracia, pareció que pasaban a formar parte de un baúl de los recuerdos en el que quedaban encerrados junto a otros episodios, no muy edificantes, que se habían producido a lo largo del franquismo en el mundo de los toros. Un rebrote muy a finales de los noventa con algunos incidentes deleznables que, casualidad, siempre ocurrían cuando en el palco se sentaban ciertos presidentes de infausto recuerdo se zanjó de raíz, e incluso, propició el cese de alguno de ellos. Preocupa, y mucho, ver como estos hechos, que ni aunque fuesen aislados serían tolerables, van proliferando y haciéndose normales sin que nadie proteste. Porque lo alarmante, y a la vez lamentable, es que si leemos los medios oficiales y afectos al régimen del taurinismo militante en ninguno de ellos se hace la más mínima alusión al incidente que nos ha narrado Alicia y que, seguramente, ampliará en su blog Toros y Arte con todo lujo de detalles. La autoridad, que tiene perfectamente establecidas sus funciones en una corrida de toros, no puede permitir que las fuerzas del orden que actúan bajo su mando lo hagan, con o sin su consentimiento, para reprimir a quien expresa con todo su derecho sus opiniones sobre lo que acontece a lo largo de la lidia. Debemos protestar, naturalmente, contra todo aquello que consideremos que atenta contra la pureza y la integridad de la fiesta porque, evidentemente, el fraude, la trampa y todo lo que se salga de unas normas y unos cánones, establecidos hace ya mucho tiempo, violan su verdadera esencia, pero no olvidemos que parte de esa esencia, que no queremos que jamás se pierda, también se encuentra en esa libertad y en esa democracia del pueblo y para el pueblo que siempre ha imperado en los tendidos y que, como otras tantas cosas, pueden comenzar a tratar de arrebatarnos.
5 comentarios:
Aupa Sastre. El otrora gregario de lujo merecía este título como nadie.
El año que viene, y muchos más, Contador.
Sospecho, Álvaro, que esto mismo querías decirlo en la entrada de abajo.
Sospechas bien. La calor...
Ya te digo. Para que luego nos vengan con milongas y nos cuenten que lo del cambio climático es una chorrada.
Calor??? si apenas hace calor este verano, si alguna noche hay hasta que cerrar las ventanas del fresco que entra, esperaros que lleguen los dias de 40 grados y os bajais a visitarnos.
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