Al regreso de unos dias de viaje, un aficionado de prestigio y de sobra conocido, Luis Picazo Montoto (LUPIMÓN), me envío unas líneas, en las que tras contarme que había aprovechado el tiempo releyendo el libro Paseillo por el planeta de los toros, publicado en 1970 por Antonio Díaz-Cañabate, destacaba una cita de su autor correspondiente al capítulo que lleva por título El público de ahora. Para quien no lo sepa, decir que Cañabate nació en Madrid en 1898 y falleció, también en la Villa y Corte, en 1980. Abogado, periodista y escritor, cultivando en esta última faceta el costumbrismo, donde fue uno de las más destacadas plumas de este género en el siglo XX, fue uno de los más prestigiosos y respetados críticos taurinos desde que se inició en esos menesteres hasta su fallecimiento. Colaborador de José María de Cossío en esa grandiosa obra conocida como Los Toros -que en nada tiene que ver con la aberración moderna que, bajo el pretexto de una tan fatua como innecesaria revisión, se ha permitido mancillar el nombre de un clásico entre los clásicos de la bibliografía taurina, y de toda una legión de escritores, críticos, cronistas e informadores, auténticas autoridades de reconocida solvencia en el mundo de los toros, para dar predicamento y protagonismo a cuatro mindundis vendidos al más puro y duro taurineo- fue por deseo expreso de su creador su sustituto en la dirección de esta monumental publicación, pudiendo encontrarse en los tomos 5 y 6 de la misma (no buscar en los mismos tomos del patético sucedáneo) una larga retrospectiva de las décadas del toreo que comprenden el periodo de después de la posguerra hasta, prácticamente, el fallecimiento de Don Antonio. Fundador y asiduo de las páginas del mítico semanario El Ruedo, ejerció durante años la crítica taurina en el diario ABC, dejando en todos los lugares donde participó el sello de su sabiduría y de su magisterio.
En el preámbulo de su envío me decía Luis que se había acordado de mí por los posts que publiqué haciendo referencia a chicuelinas, manoletinas, pases de El Celeste Imperio y otros cuentos parecidos. Y, es que uno de los grandes maestros de la crítica de todos los tiempos, que tuvo en Alfonso Navalón y Joaquín Vidal a sus continuadores en cuanto a la defensa de la pureza y la integridad de la fiesta -¿qué nos queda ahora?- no puede ser más elocuente en este párrafo:
“Con los pies juntos no se puede torear porque no se puede mandar en el toro. Se le puede dejar pasar, que no es lo mismo, colocándose en su trayectoria. Para mandar en el toro, llevarlo por donde él no quiere ir, hay que emplear los brazos y las piernas, no espatarrándolas en demasía, sino lo suficientemente abiertas para lograr lo que se llama cargar la suerte, apoyarse en ellas para que la cintura quede flexible y no rígida y para que los brazos jueguen con desembarazo y eficacia. Eso que se conoce por hacer el poste, situarse el torero en posición de firmes y esperar a que se le arranque el toro cuando tenga por conveniente y al cruzar delante de él levantar la muleta como si se tratara de un puente levadizo que se eleva para dejar vía libre, es lo más fácil y menos arriesgado que se puede hacer con un toro.”
En el preámbulo de su envío me decía Luis que se había acordado de mí por los posts que publiqué haciendo referencia a chicuelinas, manoletinas, pases de El Celeste Imperio y otros cuentos parecidos. Y, es que uno de los grandes maestros de la crítica de todos los tiempos, que tuvo en Alfonso Navalón y Joaquín Vidal a sus continuadores en cuanto a la defensa de la pureza y la integridad de la fiesta -¿qué nos queda ahora?- no puede ser más elocuente en este párrafo:
“Con los pies juntos no se puede torear porque no se puede mandar en el toro. Se le puede dejar pasar, que no es lo mismo, colocándose en su trayectoria. Para mandar en el toro, llevarlo por donde él no quiere ir, hay que emplear los brazos y las piernas, no espatarrándolas en demasía, sino lo suficientemente abiertas para lograr lo que se llama cargar la suerte, apoyarse en ellas para que la cintura quede flexible y no rígida y para que los brazos jueguen con desembarazo y eficacia. Eso que se conoce por hacer el poste, situarse el torero en posición de firmes y esperar a que se le arranque el toro cuando tenga por conveniente y al cruzar delante de él levantar la muleta como si se tratara de un puente levadizo que se eleva para dejar vía libre, es lo más fácil y menos arriesgado que se puede hacer con un toro.”
Terminaba Lupimón con un “sin comentarios”. Efectivamente, en esos renglones está todo lo suficientemente claro y quien quiera, o quien pueda, que saque sus propias consecuencias.
1 comentario:
Me hice con un ejemplar de 'Paseillo por el Planeta de los Toros' de Cañabate hace un par de años en Zaragoza por san Jorge. Todavía no le he echado el diente... pero creo que tras este post no tardaré mucho.
un saludo.
Publicar un comentario